Cuando llegué a Noruega, hace poco más de tres años, estaba demasiado ocupada asombrándome con los detalles de este territorio desconocido para mí y con los pormenores de la vida en pareja que también desconocía Por eso no tuve tiempo para preocuparme de lo aislada, prácticamente incomunicada que realmente estaba.
Nuestro viaje de México a Noruega fue por demás accidentado, imagínense, llegamos a casa un día después de lo planeado. Cuando llegamos a Oslo, 9 horas después de lo previsto, era marzo y por supuesto, todo estaba nevado. Por primera vez toqué y sentí la nieve, aunque no era la primera vez que la veía, nunca había tocado la nieve ni jugado con ella.
Recuerdo una vez en mi infancia, mi padre nos llevó a algún lugar de Puebla, había nevado. Mi padre nos había anunciado: "Los voy a llevar a ver la nieve" y sí, fue literalmente a verla porque cuando intentamos bajar del auto, mi papá no nos lo permitió, temeroso de que nos enfermáramos. Sé que mi papá en verdad trataba de protegernos, sobre todo a mí, pues constantemente me enfermaba de amigdalitis. Sin embargo, fue una gran frustración ver a todos los niños jugando y haciendo muñecos de nieve, mientras mi hermano y yo estábamos sentados en el auto, como chinitos "nomás milando" a través de los empañados cristales.
Esa sensación de soledad y exclusión que experimente aquél día de mi niñez, me recuerda mucho a la que constantemente experimentaba aquí en mis primeros tiempos. Los primeros meses, ese aislamiento fue casi imperceptible, porque toda mi familia política estaba emocionadísima con mi presencia y yo a mí vez estaba ansiosa por conocer las costumbres de este hermoso país. Teníamos mucho de qué hablar y las diferencias lingüísticas muchas veces lo hacían hasta divertido, era como vivir jugando a "Caras y gestos".
Empecé a asistir al curso de noruego. La escuela para adultos estaba dividida en tres grupos. El primer grupo era exclusivamente de refugiados provenientes de Eritrea. El segundo era un grupo de inmigrantes europeos, rusos, búlgaros y alemanes quienes sólo iban un par de horas dos veces por semana. En el tercer grupo estábamos las esposas y familiares de ciudadanos noruegos.
Dado que soy una persona muy sociable, vi en el curso de noruego la oportunidad de hacer amistades. Me llevé una gran desilusión, pues me di cuenta de que se hacían pequeños grupos nacionales, de que los inmigrantes se autosegregan: las filipinas con las filipinas, las tailandesas con las tailandesas, los refugiados con los refugiados, y la mexicana "como chinita, nomás milando". Yo invitaba a mis compañeras a tomar café, pero hasta el sol de hoy ninguna ha venido a visitarme. Fuera de los eventos escolares, no fue posible establecer un verdadero vínculo con nadie.
Un día fue especialmente triste. Invité a una mujer de Filipinas, específicamente a ella, porque vive a sólo 5 calles de aquí. Me había hecho a la idea de que las demás no me visitaban porque dependían de los autobuses, que aquí no son precisamente frecuentes. Mi vikingo me llevó a comprar pastelitos y galletas, compré una gran variedad de tés, el café no falta en mi despensa. ¿Tomará crema?, compré crema, ¿usará azúcar o endulzante artificial?, compré varios tipos de azúcar y endulzantes. Puse la mesa para el café, pero mi invitada jamás llegó. Por el chismoso del FB me enteré de que se había ido a visitar a una de sus paisanas, también compañera del noruego, quien vive a 15 km de aquí.
No lo puedo negar, lloré como una Magdalena, me sentí profundamente herida, marginada y rechazada. Mi vikingo me abrazó, me dijo que no tenía por qué llorar, que él podía ser también mi amiga. Y sí, durante un tiempo, él fue también mi amiga: cocinamos juntos; horneamos bollos y pizzas; vio conmigo una telenovela mexicana que había empezado a ver con mi mamá, aunque el pobre no entendía nada. Eso sí, su papel de "mi amiga" tuvo límites, él no me dejó ponerle una mascarilla y yo nunca le pedí que me ayudara a depilarme las cejas.
No había cumplido dos meses en el curso de noruego cuando llegó el verano. Fue entonces cuando empecé a sentirme verdaderamente sola, sin ninguna actividad fuera de casa, sin amistades, con mi noruego apenas balbuceante, mis mañanas estaban condenadas a la soledad. Afortunadamente, disfruto mucho de mí misma y de actividades solipsistas, pero duele saber que no se tiene opción.
Mi vikingo seguía desempeñando un doble papel el de pareja y el de amiga. Los días soleados me permitieron a mí retribuirle esa solidaridad, siendo también su "Kompis", nos íbamos de pesca. Y como los días soleados, los ciclos adversos también terminan.
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La noche de las culturas nos lanzó a la fama |
Llegó el otoño y con él, el nuevo ciclo escolar. Entonces yo recibí un gran regalo: una compañera latina, Sandrita de Nicaragua. Cultivamos una linda amistad que perdura hasta hoy. Sandrita es para mí como una hermana menor. Ese otoño, mi hermanita nica y yo tuvimos momentos memorables, como cuando pusimos a bailar merengue a todos los asistentes a la "Noche de las culturas". Sin embargo, ella se mudó y ya no podemos vernos con la frecuencia que desearíamos.
La mudanza de Sandra me dejó incluso más sola que antes, porque dejó un vacío, había alguien concreto a quien extrañar. Yo sé que tengo a mi vikingo y a mi familia política que es muy linda y me hace sentir querida (aunque tampoco es todo miel sobre hojuelas, ¡eh!), pero es difícil vivir sin la comprensión de alguien con señas de identidad comunes, con la misma lengua materna, con una historia similar a la nuestra. Todos necesitamos a alguien que comparta las mismas nostalgias.
Así fueron pasando las hojas del calendario. Seguí con el curso de noruego. Empecé mis prácticas lingüísticas. Sandra y yo nos reunimos pocas veces durante ese año, pero hablábamos frecuentemente por teléfono. Llegó diciembre y ese 2012 recibí otro maravilloso regalo, un milagro de navidad. Mi suegra y mi vikingo me recibieron en el desayuno navideño con el periódico en la mano, una noticia que iluminaría mi día y mi vida: una mexicana, su esposo belga y su perro español se mudaron a vivir a unos cuantos kilómetros de casa de mis suegros.
Mi vikingo buscó el número telefónico de ella, de Lorena, en la guía y ese mismo día hablamos por primera vez. Evidentemente, en un principio no sabíamos si congeniaríamos, así que fuimos haciendo todo paso a paso. Nos reunimos por primera vez en un restaurante del que no salimos sino hasta la hora de cerrar. Más de seis horas de charla sobre nuestras vidas, sobre nuestros recuerdos, sobre México. Ahora también ellos son como de mi familia.
Hoy por primera vez recibí a Lore y a su marido en mi casa, no porque no hayamos querido hacerlo antes, sino porque para ellos era difícil dejar solo a su enorme y hermoso perro, Kulkan (efectivamente es un cool can). Disfrutamos de horas maravillosas de conversación, bromas y buena comida. He de decir, modestia aparte, me quedaron riquísimos los taquitos de camarón con salsa de tamarindo, los chiles rellenos y los brownies al guajillo. Lore por su parte halagó nuestro paladar con una deliciosa sangría con frutas frescas de temporada.
Hace unos meses, encontré en FB un grupo de "Mexicanos en Noruega" y gracias a ello descubrí que había otros mexicanos en Nord-Trøndelag. M un joven mexicano que vive en Levanger y L una guapa tapatía también casada con un vikingo, quienes viven en Steinkjer. Ya me encontré con ellos, pero no todos tenemos las mismas necesidades sociales y creo que M no está muy interesado en cultivar una amistad. Por otro lado, con L la cosa pinta mucho mejor, ya tuvimos un segundo encuentro y espero que la amistad florezca.
También he encontrado compatriotas con quienes parece que hay afinidades en Trondheim y al sur del país, espero tener pronto la oportunidad de reunirme con ellas y seguir ampliando mi círculo en tierras vikingas.
En cuanto a mis vínculos con los locales, con un noruego más fluido y con un entorno laboral tan maravilloso como el que gozo, me siento, finalmente, engarzada a la comunidad de Kolvereid. Sus habitantes ya me habían hecho sentir bien recibida. Aun sin conocerme, la gente siempre me saludaba al pasar. Algunos vikingos, al acostumbrarse a mi presencia, empezaron a acercarse para "entrevistarme" en el súper o en el gimnasio. Todos en general muy amables, sin embargo, no había podido estrechar lazos más que con nuestros caseros.
Ahora es muy diferente, empezando porque la directora de la escuela incluyó en mi horario de trabajo las pausas "la integración social es importante, no estás obligada; sin embargo espero encontrarte en la sala de profesores durante los recesos", me dijo cuando fui a firmar mi contrato. Participo en los juegos mensuales de "Bonko". Asisto a las reuniones sociales con los colegas y a las "tardes de damas" que cada vez que es posible organiza el comité social de la secundaria.
Me siento feliz y bendecida por la presencia de Sandrita y Lore en mi vida, y también por la posibilidad de contar con una red más amplia de amistades tanto compatriotas como locales. Me gustaría también tener tratos con otros extranjeros, ya veremos si se dejan. Eso sí, aunque mi vida social ha tenido un crecimiento exponencial, mi vikingo sigue siendo mi mejor amig@.
31 de mayo de 2014