Soy una persona despistada, tan despistada que sería más
fácil enumerar los días en que no he olvidado algo: traer o dejar alguno de los
libros del trabajo, comprar una cosa en el súper, las llaves. Soy de las que
esconde las cosas tan bien, pero tan bien, que parece que las escondo de mí
misma.
Ojalá los despistes pararan ahí, pero no, también he dejado
olvidadas mis pertenencias, como carteras, celulares, abrigos, y documentos de
identificación; las he dejado en muy diversos lugares, tanto en ambientes
cerrados y relativamente protegidos, como en lugares públicos. Estos incidentes me
han dejado, como a todos los distraídos, a merced de las conciencias de los
otros.
La honestidad o deshonestidad de los otros va modelando nuestro nivel de confianza en el género humano. Y he de decir con tristeza que, hasta que llegué a Noruega, la balanza se inclinaba hacia la desconfianza. Salvo en muy contadas y memorables ocasiones mis objetos regresaron a mí.
La honestidad o deshonestidad de los otros va modelando nuestro nivel de confianza en el género humano. Y he de decir con tristeza que, hasta que llegué a Noruega, la balanza se inclinaba hacia la desconfianza. Salvo en muy contadas y memorables ocasiones mis objetos regresaron a mí.
Ayer sumé otro despiste a mi haber. A mi regreso de la
escuela donde trabajo, hice un alto en el centro comercial y dejé mi mochila en
la entrada, así se usa aquí. No hay paquetería en el centro comercial ni en
ninguna tienda de autoservicio. Tampoco cuentan con guardias de seguridad.
Como dice el dicho, a donde fueres haz lo que vieres, así
que ahí se quedó mi mochila. He de confesar que me costó mucho trabajo adoptar
esta costumbre, me hice la desentendida casi un año, ¿cómo iba a dejar mis
pertenencias ahí a la deriva y sin vigilancia alguna?
Recuerdo que las primeras veces que me atreví a ir sola al
centro comercial, empecé a hacerlo de regreso a casa luego del curso de noruego,
llevando la mochila a cuestas. No creía sentirme con fuerzas para volver a mi
tibia casa, dejar la mochila, y armarme de valor para salir de nuevo al frío. Por ello cuando era
necesario o quería despejarme un poco, hacía un alto camino a casa con la mochila al hombro.
Entraba a los establecimientos sin soltar nunca la mochila y
con frecuencia algún dependiente me perseguía para explicarme que no podía entrar con ella. Yo ponía mi mejor cara de "What?" y si era posible me
escabullía. Para generar confianza, a la salida abría mi mochila y mostraba
que no traía nada más que mis pertenencias.
En ese entonces sólo estaba segura de una cosa: esos vikingos estaban locos si creían que yo
iba a dejar en el desamparo mis cositas. Los dependientes se dieron por vencidos o
empezaron a confiar en mí, como en cualquier otro de los habitantes. Quizá sin
saberlo, dejé de ser una forastera, me volví familiar, al menos para los empleados de las tiendas. Por mi parte,
fui aceptando que mis pertenencias no corrían ningún peligro.
Pues bien, les decía que ayer dejé mi mochila a la entrada
de un súper, pero no la traje conmigo al salir de la tienda. No me di cuenta de su ausencia sino hasta hoy, cuando la busqué para irme a la
secundaria y no estaba en su lugar. La busqué por todos lados, salvo en el
refrí y en el horno, porque en el primero no cabe y el segundo lo había usado.
Por mi mente pasó un rápido flashback: ¡La dejé en el súper!
Me puse la chamarra y los zapatos, salí de casa. No sin cierto temor de no
encontrar la famosa mochila, hice una parada en el súper, de camino a la
escuela. Y sí, ahí estaba, intacta,
había cambiado ligeramente de sitio y el piso sobre el que reposaba estaba más
limpio, pero no le faltaba absolutamente nada.
Este no es el único caso de honestidad noruega que he tenido
la oportunidad de experimentar. Me han devuelto dos celulares, encontré mi mochila
de deportes en el gimnasio con todo y el billete de 500 kr que yacía en él,
tras un fin de semana que pasé fuera. Me llamaron para entregarme mi pasaporte
que dejé en una tienda, de otra ciudad más grande. Y hace no mucho, me
persiguieron dos calles para entregarme mi monedero.
Hay otro tipo de ejemplos de la honestidad escandinava.
Aquí, en la ciudad más pequeña de Noruega, la puerta se deja siempre sin seguro
(yo no, soy chilanga, ¿qué esperaban?). Dejar la puerta sin cerrojo es un
mensaje tácito de que las visitas son bienvenidas, las personas entran y
anuncian su llegada, así sin más. Echar la llave es sinónimo de que no estás o
de que quieres privacidad. Aquí entre nos, yo siempre quiero privacidad y esta
costumbre no me gusta, pero de eso hablaremos en otra ocasión.
Sin embargo, también se podría dejar la puerta sin asegurar
en una ausencia corta; si, por ejemplo, se necesita salir, pero se está en
espera de un paquete, simplemente uno se va sin echar la llave. El cartero
dejará, discretamente, el paquete en el vestíbulo, tal y como si hubiera
alguien en casa. Claro estoy hablando de un alguien diferente a esta defeña
desconfiada y en extremo celosa de su privacidad. Yo recojo mis paquetes en la
oficina postal.
El plomero o el electricista está por llegar, pero usted se
está picando los ojos y quiere salir a tomar un cafecito, no se preocupe, no
tiene que esperarlo. No tiene que cuidar la casa mientras el técnico trabaja.
Llame al técnico, explíquele que saldrá y dejará la llave en la puerta. Váyase
sin temor, el técnico hará su trabajo, le llamará al terminar, y le garantizo
que no encontrará su casa redecorada al estilo sin: sin televisión, sin
computadora, etc. Todo estará como usted lo dejó.
Sé que la honestidad no es exclusiva de esta pequeña ciudad.
Leí que una compatriota que vive en Oslo, otra despistada, se sentía súper agradecida,
porque la localizaron para devolverle la carriola de su pequeñita, la cual
había sido olvidada en un estacionamiento.
Sé que debo ser más cuidadosa. Mientras tanto, no puedo sino
agradecer el altísimo lugar que tiene la honestidad en la escala de valores de
los noruegos.
5 de marzo de 2014
Que maravilla saber que has salido ilesa de los despistes! Quiero decirte que yo también soy pertenesco al mismo club por lo cual también estoy muy agradecida de vivir en este país hermoso, con gente honesta y sana. Te mando un abrazo y un skål con saft jajajaja! por disfrutar como bien dices, de esta sociedad divina!!! ciertamente un paraíso para nosotras las despistadas.
ResponderBorrarSí Carmen, vivir con esta sensación de seguridad y confianza es en verdad divino. Un abrazo para ti también y skål, aunque en realidad, en domingo y a estas horas, lo más apropiado es un "Natta, sov godt!"
Borrar