Nunca he sido una de esas aficionadas que viven la intensidad del fútbol, pero no soy de ninguna manera de esas mujeres que se sienten casi agredidas porque sus parejas o los integrantes masculinos de su familia se sientan a ver el fútbol. Simplemente, he aprendido que ver un partido de fútbol o cualquier otro deporte es sólo una forma más de convivir, de compartir, de estar con nuestros queridos.
Ahora que estoy lejos de México, sentí de igual manera la necesidad de seguir a la selección, de formar parte. Ahora no puedo sentarme a ver los partidos con mi papá y mi hermano, ni puedo estar presente en las grandes parrilladas familiares como las que organizábamos para ver las finales de los campeonatos o algún partido importante de la selección transmitido en fin de semana. Sin embargo, sigue siendo un lazo de unión y de convivencia, porque es un tema de conversación que parte de un referente común.
Naturalmente, como no soy una gran conocedora de este deporte, se me escapan detalles del juego. Pero hay algo de lo que siempre he estado pendiente y que además me encanta apreciar, la pasión con la que los verdaderos aficionados viven y disfrutan los partidos. Además, me gusta observar cómo se reflejan las diferentes sociedades actuales a través de los diferentes elementos que componen esta justa deportiva: directivos, políticos, equipos y afición.
He disfrutado mucho ver por primera vez, creo yo, una selección bien cohesionada, que pese a haber llegado de milagro, ha sabido recomponerse y plantarse más que dignamente frente a todos sus rivales. Me dio por supuesto, particular gusto que le ganaran a los croatas, pues se les fue la lengua y tuvieron que tragarse sus palabras. Por ello también me ha disgustado que Miguel Herrera empezara de hablador sobre el resultado del partido contra Holanda, quizá el único equipo que a demostrado con hechos su calidad de favorito.
Sin embargo, en este espacio de reconexión y emoción futbolera, hay en especial una tendencia que me parece terrible, la tendencia a no asumir los errores, a justificarlos, a disfrazarlos. Traté de mantenerme al margen pero al ver la foto de los niños holandeses deseándole suerte a México y de conocer además las razones por las cuales estos niños han tenido este gesto, llegué a mi límite y he tenido la necesidad de escribir al respecto. En efecto, me refiero al famoso "¡Eeeeeeh puto!"
Aclaro que, por supuesto, la FIFA no me parece una autoridad moral para sancionar a los aficionados, desde el momento en que por extrañas artes Quatar, país que persigue a los homosexuales, ganó el sorteo para llevar acabo el mundial 2022. Asunto que se agrava con las declaraciones de Blatter, las cuales sugieren que los homosexuales que pretendan asistir al mundial de 2022 se abstengan de tener relaciones sexuales durante ese periodo, es decir que regresen al clóset, que se nieguen, que eviten cualquier demostración de afecto. Esto muestra la doble moral de la institución.
Sin embargo, la prácticamente nula calidad moral de la FIFA no es excusa para justificar el uso de la infortunada expresión que por más que lo nieguen y la envuelvan en un falso papel de tradición y folclore es peyorativa, homofóbica y misógina, como bien apuntó la CONAPRED. Si como afirman sus defensores no es una palabra peyorativa que alude a los homosexuales ¿por qué la refuerzancon otra palabra homofóbica "maricón"?
Para mi sorpresa, la palabra no sólo es defendida, justificada, arropada como falsa característica cultural, ahora hay grupos que hasta se pelean su origen: que si surgió en los partidos de fútbol americano hace más de treinta años, que si fue en 2006 en un concurso de estudiantinas o hace unos años en el estadio Jalisco. ¿Qué les pasa?, lo reconozcan o no es una palabra terriblemente ofensiva.
No importan todos esos supuestos nuevos significados que los extranjeros no tienen obligación de conocer. No nos engañemos. El fútbol americano, el fútbol soccer, el hockey, el rugby todos son deportes donde a los contrarios, a los novatos, a los derrotados y hasta a quienes practican un deporte diferente se les compara con mujeres o con homosexuales de forma peyorativa. ¿Recuerdan a los novatos de los equipos de americano maquillados, ataviados con pelucas y faldas sobre sus uniformes, pidiendo dinero en los semáforos? Otro ejemplo es este promocional de rugby:
Está mal, en todos los casos está mal, se perpetúa un estereotipo negativo de la mujer y a través de ese estereotipo se humilla al hombre "feminizándolo", declarando con ello que ser homosexual está mal. No es gratuito que al equipo derrotado se le compare con un ser sodomizado.
No es un sello cultural ni folclórico, es un gesto denigrante. Y por supuesto que ni esa palabra ni sus defensores representan el México con el que me identifico, del que me siento profundamente orgullosa. Me duele en lo más hondo que haya quien se sienta orgulloso de lo que debería dar vergüenza. No entiendo por qué la afición no es capaz de reconocer su error y usar el ingenio, lo que sí es un rasgo cultural digno de orgullo, para hacer un gesto de presión al contrario que no resulte tan humillante.
Hoy el tema del antideporte está en el ojo del huracán por la mordida del uruguayo Luis Suárez al italiano Cheillini. Dicho sea de paso, recibí un duro golpe en mi corazón de pollo al oír a mi político favorito, José Mujica decir: "Yo no vi ninguna mordida". En torno al tema he leído comentarios de muchos de mis compatriotas criticando duramente a los uruguayos por defender a Suárez. Están defendiendo lo indefendible. Lo triste es que al defender ese grito, nosotros también.
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